lunes, 11 de febrero de 2013

JANE AUSTEN

 
Queridos lectores y lectoras, supongo que “Mansfield Park” de Jane Austen está ya casi a punto de acabarse. Yo lo terminé de leer hace una semana con gran pesar por mi parte. Quiero decir que cuando una narración tiene la magia necesaria no quieres que acabe nunca, y la mayoría de las veces te gustaría saber qué fue de aquellos personajes más allá de la narración, incluso si la autora, en este caso, explicara un poco más allá el destino de sus personajes. Y no era la primera vez que leía la novela, con lo cual el mérito es aún mayor. Espero que a vosotros os haya hecho un efecto semejante, o al menos un poquito de ese efecto.


¿Por qué sucede esto con Jane Austen? Mejor dicho, ¿por qué me sucede a mí, y por tanto espero que le suceda a más lectores?

Vamos a hacer un poco de lectores malvados y a pensar en los inconvenientes previos o en los prejuicios que pueda suscitar esta lectura. Básicamente, es una autora del siglo XIX, de la época de la Regencia, entre la época georgiana y la victoriana. Somos lectores del siglo XXI, y además, un poco pervertidos -perdonad la expresión- por un siglo XX que ha sido cruel con la herencia recibida del siglo anterior, en honor de las vanguardias, de las revoluciones literarias, del malditismo, quizás debido a que no ha sido el anterior a éste un siglo fácil, sino más bien conflictivo y duro. Jane Austen nos trae un mundo calmado, recogido, un mundo aparentemente sin conflictos ni violencias, exceptuando las nimias preocupaciones de lo cotidiano, y unos destinos ya marcados de antemano por las convenciones sociales. 


Otra maldad: heredamos la idea de que la novela realista tiene que ser social, una denuncia o una puesta en tela de juicio de la sociedad establecida. Aparentemente, Jane Austen no hace esto, por lo tanto el prejuicio ahora es que se trata de una escritora sin compromiso social, sin preocupaciones políticas, sin crítica. Ni siquiera, según sus detractores, se pone en tela de juicio el papel de la mujer, su destino predeterminado por las convenciones sociales.


Y más maldades aún: sus argumentos y sus personajes. Todos burgueses rurales, pequeñas crisis económicas, problemas de herencia, problemas amorosos, matrimonios de amor o de interés. ¿A quién le interesa esto hoy en día?

Pues podemos dejar estas maldades aparte o entrar a ellas para desmentirlas o refutarlas con toda la energía que tengamos como amigos de Jane Austen, pero también podemos reconocerlas y quedarnos tan tranquilos, porque sabemos que ella, la autora, desde su rincón, desde su intimidad nos ofrece otra cosa. Esa otra cosa es la sabiduría, la sensatez, la delicadeza extrema en el análisis, la ironía, el sentido fino del humor, la observación atenta a lo que la rodea, que no hay detalle significativo que se le escape, el amor a la naturaleza. Descomponer la magia en sus partes, dividirla y no tratarla como un todo, es algo difícil y posiblemente poco acertado, pero es necesario para aprender a valorarla.
Habréis observado también en la lectura la perfecta dosificación argumental, que mantiene la suave tensión entre personajes y sucesos con mano firme y serena, pero siempre delicada. 

No obstante, no me resisto a refutar las maldades. Por ejemplo, la primera de ellas. Esa época estaba marcada también por la violencia (guerras napoleónicas, colonialismo), pero en la obra de Jane Austen no aparece, excepto para que los jóvenes se alisten en el ejército con la intención de hacer carrera, como no aparece la colonización inglesa imperialista, ni la trata de esclavos, que era un gran negocio entre la burguesía enriquecida inglesa. Sin embargo, ni los viajes, ni los negocios coloniales, ni la guerra, se presentan como un destino que puede convertirse en trágico. No es eso lo que le interesa. La guerra está lejos, en el continente y las colonias en otros continentes; la autora se desenvuelve en una zona amable de Inglaterra, cercana al mar, al Sur, en una sociedad rural de hermosos y serenos paisajes. La paz de la región ofrece un tapiz sobre el cual pueden bordarse y apreciarse los juegos de sentimientos, las convenciones, los movimientos anímicos y los caracteres humanos. En la violencia y en la guerra todo es extremado. Jane Austen no gusta de grandes pasiones ni de grandes desgracias, sino del discurrir de la cotidianeidad en un mundo sin necesidades extremas, ni materiales ni afectivas. 

Que no ejerce la crítica es otra falacia. No ejerce el tipo de crítica social que podríamos esperar, y que, por ejemplo, se da con todo su vigor en Dickens y en general en los realistas posteriores a ella. Ejerce la crítica, la observación irónica de los comportamientos humanos en su selectivo mundo, que es imagen de todos los mundos donde se den caracteres humanos. Decir que no refleja una realidad sería como decir que el Quijote no es realista porque en su primera parte se limita a reflejar la rudeza de la llanura manchega y sus gentes. Sabemos que no es así. Que su observación se refiere a todos los humanos y a la inmensa variedad de comportamientos. 

Y respecto a la situación de la mujer, no podemos decir de ella que fuera una feminista avant la lettre -aunque era contemporánea de Mary Wollstonecraft, la pionera ideológica en la liberación de la mujer, y sin duda conoció sus escritos. Declarar semejante cosa sería un anacronismo total. Las mujeres de sus novelas conservan los valores tradicionales asignados a la mujer y tienen como único objetivo vital el matrimonio y la maternidad, pero hay algo más. Por ejemplo, la actitud de la propia autora, que permaneció soltera y entregada a su labro literaria. Actualmente, además, se añade en su obra una apuesta por la educación femenina lejos de los convencionales adornos culturales asignados a la mujer y la reivindicación de la mujer como ser racional y autónomo.

Espero que su lectura haya sido muy agradable, y que tengáis muchas y buenas ideas, si puede ser mejores que las mías para compartir. 

Os dejo unos interesantes enlaces sobre Jane Austen:

The Jane Austen Centre (un museo y café dedicado a Jane Austen en Bath)



Y por último, las palabras que figuran en su epitafio en la Catedral de Winchester:


Abrió su boca con sabiduría y en su lengua reside la ley de la bondad